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06 abril 2015

Aldemaro Romero: consideraciones orgánicas


Aldemaro Romero | Archivo
Aldemaro Romero | Archivo
El 12 de marzo fue el cumpleaños de Aldemaro Romero. El compositor Henry Martínez siente que la fecha pasó por debajo de la mesa como nunca antes y en consecuencia escribe un texto sobre quien él considera “fue, es y será el músico más importante de toda la historia de la música venezolana”

En ejercicio de curar heridas por la notable fuerza de la injusticia, que tanto poder tiene al igual que pasmosa sobrevivencia, quiero afincar el lápiz sobre la silueta de Aldemaro Romero, músico, humanista, empresario, brillante embajador de venezolanidad y piedra angular en la historia de la música venezolana en el siglo XX y comienzos del XXI.

Al recordarlo, días atrás, tuve la sensación de que el día de su natalicio (12 de marzo de 1928) pasó bajo la mesa como nunca antes. Por eso, estas consideraciones.

No pocos perdonan el brillo que da el esmalte de “saber quién se es”. Lo dicho viene al caso por las diferentes ópticas que han tratado de evaluar el talento de aquellos con quien convivimos o de quienes sabemos que ya no están, pero que tienen un relieve especial en la historia de cualquier disciplina. La comisión de una falaz pero atractiva actividad de los ciudadanos del planeta, como lo es la descalificación del otro, ha estado en constante primavera en nuestra desafortunada comarca de la Venezuela de siempre. Digo siempre, porque la historia escrita y contada me autoriza para expresarlo. El tiempo presente me revalida esa licencia.

Creo en lo que voy a decir: Aldemaro Romero fue, es y será el músico más importante de toda la historia de la música venezolana.
Siento confort al saber que los que concuerdan conmigo en esta apreciación tienen, también, una especial capacidad del goce de eso que los músicos llamamos “gusto”. Aldemaro tenía gusto al interpretar alguna obra conocida por todos, tenía gusto al rearmonizarla, gusto al hacer un intro para algún tema, gusto para acompañar al músico solista o al cantante de turno, gusto al preparar una modulación hacia otro tono, para un final o coda. Y al entender, musicalmente, lo que este excelso orfebre de sonidos estaba haciendo, fluía un regocijo inefable que era único y múltiple al mismo tiempo.

Siento mucha pena por todos aquellos que son portadores de la incapacidad de ser conmovidos por la gran parte del trabajo musical del hijo de Valencia, de raíces yaracuyanas. Igual, por esos otros que ni siquiera tienen en sus genes un oxidado decodificador de los códigos estéticos, generadores de esa fruición casi mística que emana de las obras de los verdaderos creadores. Por igual, soy doliente de esta carencia que habita en los potreros políticos y militares, donde pastan, con poca demarcación entre unos y otros, las gargantas populistas que hambrean nuestros pueblos y las fuerzas represivas, oprobiosas y crueles de los gobiernos pasados y del que hoy maneja el barco. Doliente por los críticos (diletantes muchos, ramplones, amargados, no auténticos, farsantes y, para colmo, cínicos) de arte que están a cargo de subir las persianas de las ventanas a la historia y orientar a los que buscan identificar las verdades en la luminosidad del paisaje exterior.

En este “hoy”, globalizado en la ontogenia, resalta la innoble destreza de algunos cronistas (quizás la mayoría) que usan todas sus herramientas para continuar con el proceso de alteración de las verdades. Aun a sabiendas de la temeridad del mass media, todavía sobreviven quienes manejan con eficiencia las acciones que sotierran la verdadera cualificación de los acontecimientos planetarios. De esto no se escapa el predio de la estética. De aquí, la información de la belleza vuela desde lo externo hasta el organismo, donde produce reacciones y fenómenos placenteros en el sistema neurosensorial.

¿Podría ser disfrazada esta información en el trayecto por estos especialistas en construir el universo donde lo que es no es y viceversa? Esta pregunta, que nos hacemos obsesivamente desde hace muchos años, invita a explorar en el cajón de las razones del por qué Aldemaro no fue estimado y valorado como ha debido ocurrir de forma natural. Su obra tuvo y tiene todos los requisitos para ello. ¿Por qué no está en la memoria del venezolano común?

Aldemaro conmueve como pocos. Y con fe en el tiempo universal y en la continua evolución orgánica, esperaré que las emociones logren un asiento en el sistema límbico para que todas las placenteras emociones venidas del contacto con la belleza puedan mejorar la experiencia vital a expensas de las verdades absolutas e infinitas. Allí estarán a salvo de los “brainwash” que intentan las ideologías, los entes teológicos, las sectas o las nuevas corrientes que viven en la línea del pensamiento esquizoide.

Para ese entonces, no será fácil hacer masa de verdades con harina de mentiras. Jung estará más presente en la tarea de nutrir “la facultad de percibir la belleza en el arte y la naturaleza” al terminar de construirse el puente Alma-Ciencia.

Por lo pronto, ratifico que Aldemaro Romero (*), ese que me conmueve cada vez que escucho su trabajo artístico, es el músico más importante y talentoso que haya nacido en Venezuela. Hemos recibido su influencia invalorable que se evidencia en las obras musicales que, nosotros, sus seguidores, hemos creado para el disfrute y el placer de quienes las escuchen. Esa misma influencia que hemos tratado de traspasar, responsablemente, a otras generaciones para que no desaparezca nunca.

Espero, algún día, aterrizar en un aeropuerto venezolano que lleve el nombre de Aldemaro Romero, así como lo hice en Río de Janeiro, en el aeropuerto Antonio Carlos Jobim.

Henry Martínez
Compositor venezolano
(*) Más información sobre Aldemaro Romero y su obra en http://www.buenamusica.com/aldemaro-romero/biografia